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NOTA: Las reflexiones para el ángelus, del 16 al 30 de marzo, están disponibles en https://www.diocesisbarbastromonzon.org/pastoral/otros-recursos/
De nuevo la liturgia nos propone, para nuestra meditación y enseñanza, la figura de Jeremías, el profeta perseguido. Conocemos bien la tragedia interior de este hombre; él mismo la dejó escrita en el capítulo 20 (7-18) de su libro, denominado con acierto el de sus “Confesiones”. En él da rienda suelta a su lucha interior, cuando dice: “Me has seducido, Yahvéh, y me dejé seducir. He sido la irrisión cotidiana. Tu palabra me ha convertido en oprobio y befa…” Y confiesa que ha tenido la tentación de no volver a hablar más en Nombre de Yahvéh. Pero no puede echarse atrás: “Había en mi corazón ?escribe? algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía”. La seducción de Dios es irresistible, como deja entrever la vida de Jeremías y de tantos hombres y mujeres de todos los tiempos, a los que llamamos “santos” y que, en realidad, son seres humanos prendidos por el atractivo de Dios. No hay aquí espacio para citar sus nombres y pormenorizar sus vidas, pero sí para desear ser atrapados por Dios de esta manera.
Es la historia de Jesús de Nazaret, para quien su comida era “hacer la voluntad del Padre”, aunque esto le llevase a entrar en conflicto con su gente. Otra vez el evangelio de este día (Jn 10, 31-42) recoge el intento de lapidación que tuvo que soportar por parte de los judíos: “agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les replicó: «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?»”. La última de esas obras buenas había sido la curación del ciego de nacimiento. Pero por tercera vez Jesús está a punto de ser apedreado ¿¡Qué fijación tenían sus contemporáneos en apedrear a los discrepantes!? ¿Cuál era el motivo en esta ocasión? Que Jesús hablaba de Dios como de “su” Padre en el sentido más propio de la palabra, y esto se les antojaba una blasfemia. Jesús les argumentó: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Pero un argumento tan razonable no les hizo mella. Eran de los que están convencidos de que si la realidad no concuerda con lo que yo pienso, peor para la realidad.
Jesús se escabullo de las manos de los judíos y decidió marcharse al otro lado del Jordán, donde Juan había bautizado, porque, como comenté hace unos días, aún no había llegado “su hora”. Allí quedaban todavía discípulos de Juan que decían: “Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que dijo de éste era verdad”. Allí muchos creyeron en él, y solo volvió a Judea cuando murió su amigo Lázaro, al que resucitó dando otra vez testimonio de su persona con un nuevo signo, y para su entrada mesiánica en Jerusalén antes de la Pascua, cuando ya presentía que estaba llegando “su hora”.
La pandemia que padecemos también ha hecho aflorar la actitud de quienes se empeñan en que su parecer prevalezca sobre los hechos. Para ellos y para nosotros pidamos lucidez y espíritu de
conversión, y para todos un ánimo dispuesto a dejarse seducir por Jesucristo, como el profeta. Será una bendición para muchos y para nosotros mismos. Podemos pedirlo con esta oración:
Señor, Tú me estás llamando.
Y yo tengo miedo de decirte que sí.
Tú me buscas y yo trato de esquivarte.
Tú quieres apoderarte de mí, y yo me resisto.
Tú esperas una entrega completa.
Es cierto, y yo a veces estoy dispuesto a realizarla
en la medida de mis fuerzas.
Tu gracia me empuja por dentro
y en esos momentos todo me parece fácil.
Pero bien pronto vacilo,
cuando me doy cuenta de lo que tengo que sacrificar.
Señor, dame fuerzas para no rehusar.
Ilumíname para que elija lo que Tú deseas.
Estoy dispuesto, Señor.
Pedro Escartín Celaya