En Notas de Prensa

Documento para descargar: para-el-ngelus-2020-04-16

Ayer os dije que hoy rezaríamos con el evangelio en el que san Lucas nos relata la aparición de Jesús resucitado a dos discípulos, que, en aquel mismo día, huían hacia Emaús, desencantados por todo lo que había ocurrido en Jerusalén (Lc 24, 13-48). Se trata de una sabrosa aparición mientras iban de camino, que culminó cuando Jesús les ”partió el pan“, lo reconocieron y desapareció de su vista. Ellos volvieron corriendo a Jerusalén aquella misma noche y encontraron a los Once reunidos y diciendo: ”Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón“. Y estando hablando de estas cosas, Jesús volvió a aparecerse a todos ellos, se dejó palpar, les mostró las manos y los pies, y comió con ellos para que se convencieran de que era él en persona y no un fantasma.

De estas apariciones, fijemos hoy la atención en la conversación que Jesús mantuvo con los discípulos, tanto por el camino como luego en Jerusalén. Esa conversación en la que les dijo lo lentos de reflejos que eran: ”¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?“ Siempre es difícil comprender que el sufrimiento forma parte de la vida y de la resolución de los grandes problemas. Los seres humanos deseamos una salvación sin cruz. Pero el dolor abre el camino para descubrir este misterio, tan connatural con la existencia humana, y que la pasión y muerte de Jesucristo, el Hijo de Dios, ha manifestado con absoluta nitidez.

El padre Cantalamesa, en su homilía del Viernes Santo ante el Papa, que ayer cité, también se refirió a este misterio del dolor cuando dijo: «La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del
sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí. ¿Cuál es la prueba más segura de que la bebida que alguien te ofrece no está envenenada? Es si él bebe delante de ti de la misma copa. Así lo ha hecho Dios: en la cruz ha bebido, delante del mundo, el cáliz del dolor hasta las heces. Así ha mostrado que éste no está envenenado, sino que hay una perla en el fondo de él».

Y a continuación, nos descubría cuál es la perla que yace en el fondo de esa copa de dolor que en estos días estamos apurando: «La pandemia del coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia. Ha bastado el más pequeño y deforme elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos. «El hombre en la prosperidad no comprende —dice un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen» (Sal 49, 21). ¡Qué verdad es!»

Uno de los primeros mensajes que Jesús hizo llegar a sus discípulos con su resurrección fue que superasen el miedo ?“no tengáis miedo” es lo primero que dijo a las mujeres y luego a los discípulos al mostrarse vivo ante ellos?, el miedo sobre todo al dolor que nos paraliza para hacer el bien. La pasión y muerte de Jesús, culminada con su gloriosa resurrección, es el mayor gesto de solidaridad de Dios con los seres humanos, justamente, en aquello que más repugna a nuestra sensibilidad. Oremos hoy a Jesús resucitado pidiendo que nos libere del miedo al sufrimiento para llegar a ser, como él, buenos samaritanos de nuestros hermanos:

Señor Jesús, buen samaritano,
salido de las entrañas del Padre
a recorrer los caminos
del sufrimiento humano.
Amigo cercano, que amaste sin límites
y con tu amor irradiaste
vida y esperanza por doquier,
infunde en nosotros
tus sentimientos y actitudes,
para que también nosotros
salgamos a diario

al encuentro del que sufre,
sin pasar de largo.
Educa nuestros ojos,
nuestra mente y corazón,
afina nuestra sensibilidad,
vuelve atento nuestro oído,
para que contagiemos
vida en la muerte,
aliento en la aflicción,
alivio en todo sufrimiento. Amén.

Pedro Escartín Celaya

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