En Notas de Prensa

Señor Presidente de la Junta Coordinadora de Cofradías de nuestra ciudad de Monzón, delegado y consiliario diocesanos de cofradías, presidentes y hermanos mayores de las Cofradías de la Semana Santa de Monzón, cofrades y hermanos todos: Paz y Bien.

Expreso mi agradecimiento y el de las hermanas pobres de santa Clara por invitarme a pronunciar el  Pregón de la Semana Santa de nuestra querida ciudad de Monzón en este año 2019.

Para saber qué es eso de «pregonero» tuve que abrir el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Topé con esta definición: “Oficial público que en voz alta da los pregones, publica y hace notorio lo que se quiere hacer saber a todos”, y me fijé en esto de que “…publica y hace notorio lo que se quiere hacer saber a todos. Os confieso que me emocionó, porque me ofrecéis la ocasión de proclamar lo que yo quisiera hacer saber a todos.

Es, sencillamente, lo que constituye la razón de mi vida y de mis Hermanas, así como la vida de tantas personas que han entregado y entregan su vida a Dios: «Cristo y Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles» (1 Co, 1,23), resucitado para nuestra salvación.

Cristo Jesús, el hijo de Dios hecho hombre, que entregó su vida en la cruz hace algo más de 2000 años, ha resucitado y vive para siempre.

Los misterios que vamos a celebrar durante los días de la Semana Santa, no son el recuerdo de una persona del pasado simplemente, sino los misterios de alguien que esta vivo, y vive lleno de aquel amor con que entregó su vida por nosotros. Él sigue siendo el Señor que “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20), en palabras de S. Pablo.

Proclamar esto es la razón última de encontrarme en este momento ante todos vosotros ya que no es habitual que una Hermana Pobre de Santa Clara, llamada por el Señor a una vida de oración retirada y silenciosa, llamada a hablar a Dios de los hombres, se encuentre hablando a los hombres de Dios.

Quisiera que, como música de fondo de este Pregón, escuchaseis el grito de los apóstoles: «Jesús de Nazaret, a quien vosotros habéis matado, ha resucitado». ¡Jesús es el VIVIENTE!

Sin esta fe, nuestras imágenes y procesiones se quedan en unas manifestaciones sin vida, por hermosas que puedan ser. Con esta fe, estas manifestaciones se llenan de vida y nos conducen a amar al que nos amó primero. La contemplación que hacemos en estos días de las imágenes de Cristo sufriente es inseparable de la fe en el Resucitado. A través de la humanidad de Cristo que representan vuestros pasos, por quien nos han venido todas las gracias, debemos poner la mirada en el Señor Resucitado, vencedor de la muerte y del pecado, y escuchar aquella voz que nos dice: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo” (Jn 3,16).

No es que Jesús muera y resucite en cada cita anual con estas celebraciones; no es que recordemos a un personaje histórico, que lleno de valentía y altruismo dio la vida por nosotros. No, Jesús murió y resucitó una sola vez para siempre, y vivo, está junto al Padre amándonos con el mismo amor con el que dio la vida, intercediendo por nosotros, «sin avergonzarse de llamarnos hermanos» (Hb 2,11).

Nuestra fe cristiana, no consiste solamente en creer que Dios existe, sino en creer que Él me ama, esa es la fe verdadera y viva, creer en un Dios que se encarnó por nosotros, vivió a nuestro lado, sufrió la pasión por nosotros, murió por nosotros y por nosotros resucitó.

Si conmemoramos su muerte es porque su muerte fue y es el principio de la vida para nosotros. Si tiene la fuerza de reunirnos es porque ¡Él vive! Celebramos al Resucitado, que es el mismo que el Crucificado, celebramos su amor por nosotros en el pasado y en el presente. Él está vivo porque murió por amor y porque murió de amor, solamente el Amor es eterno, el amor no puede morir, Dios es amor, su ser es amor y el amor nunca muere, Dios es eterno.

Después de subir la escalada cuaresmal, con la proclamación de este Pregón abrimos la puerta a la llegada de la Semana Santa, la Gran semana, que iniciamos con el Domingo de Ramos aclamando al Señor que entra en Jerusalén, tras la celebración del Septenario de Nuestra Señora de los Dolores, de la Procesión del Encuentro entre el Ecce Homo y la Virgen de los Dolores. Durante estos días que denominamos “santos”, las celebraciones litúrgicas, las procesiones, los Vía Crucis, nos ayudarán a reflexionar e interiorizar esta historia de amor, la más grande historia de amor por el hombre que ha existido, en palabras de nuestro Obispo; historia hecha verdad, encarnada en Jesús, pues “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).

He aquí la esencia del cristianismo, dar la vida por amor, siguiendo e imitando a Jesús. Y Jesús hace verdad su palabra, encarna lo que dice:

“Él que guarda su vida la perderá y el que pierda su vida por mí y por el evangelio la guardará” (Mt 16, 25; Mc 8,35; Luc 9, 24; 17, 33).

Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”(Jn 12,24).

A mí nadie me quita la vida, la doy libremente” (Jn 10, 18).

Nuestro Dios todo amor, que, por amor, prolongando su vida de amor, se queda para siempre con nosotros perpetuado hasta el final de los tiempos en nuestras eucaristías, nuestros sagrarios, y en nuestros prójimos: “yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

En estos días santos vamos a celebrar el gran misterio central de nuestra fe, la pasión, muerte y resurrección de Jesús, expresión máxima de su amor por nosotros. El amor no es un mero sentimiento, ni una sensiblería, ni una emoción, ni un ideal, ni cuestión de química.

El amor es vida entregada, donación, olvido de sí. El mundo no lo entendió, no entiende, no lo entenderá, porque «el mundo» vive en la tiniebla. Necesitamos Luz, más Luz. La luz de Cristo. Pero Jesús no nos ha sacado del mundo: “vosotros —nos dice—estáis en el mundo, pero no sois del mundo” (Jn 17, 11.16). «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 14).  Como luz, necesitamos educar desde la infancia para un amor no falsificado, sino el amor verdadero de Cristo.

En la entrega de Jesús tocamos las paradojas evangélicas: es necesario morir para vivir, solamente el amor puede con el dolor, solo el amor puede con la muerte, amar es vivir muriendo y no amar es morir sin vivir verdaderamente. Así llegó Jesús a la cruz y a la muerte lleno de VIDA y de AMOR.

Un amor que será total, sin reservas, para siempre, eterno, gratuito, humilde, comprensivo, paciente. Este es nuestro amado Dios y Señor, que podremos ir descubriendo a lo largo de estos días santos. Un Dios que se rompe y se nos da hecho pedazos por nosotros.

Jesús, cuando llegó al mundo y se encontró con todo el sufrimiento humano, su respuesta no fue eliminar el dolor, sino asumirlo y transformarlo, “Él no ha venido a quitar la cruz, sino a echarse en ella”, dirá un autor espiritual, y desde entonces la cruz es santa y redentora. Jesús con su cruz, en su cruz y desde su cruz, asumió el sufrimiento de todos, lo compartió, nos ayudó a llevarlo, puso en él semillas de esperanza y lo convirtió en algo valioso y santo.

En estos días veneramos a Cristo cargado con nuestras cruces, recibiendo todos nuestros palos, llorando todas nuestras penas, gritando todas nuestras desesperaciones, sintiendo todas nuestras debilidades: el miedo, la tristeza, la soledad, el vacío, el abandono, y sufriendo todos nuestros dolores: las espinas, los clavos, las llagas, la fiebre, la sed, el cansancio, la agonía…En todos estos sufrimientos estaban los nuestros.

El sufrimiento, desde Cristo, ya no es una realidad maldita, está redimido y no tiene que perderse ni un gramo de dolor. Todo tiene sentido, todo es gracia. La cruz, desde Cristo, ya es más llevadera, nunca irás ya solo con la Cruz, ALGUIEN estará siempre sufriendo contigo, ALGUIEN que está vivo, que dio la vida por ti, que te regala su vida y para quién no eres indiferente. Siempre tendremos que decir y proclamar que después que Jesús sufrió su Pasión y muerte, resucitando al tercer día, el sufrimiento y la muerte no conducen a la nada, sino a la Pascua, lo último nunca será el dolor, es la dicha, es la plenitud. Desde el primer Viernes Santo, todos los viernes santos conducen al Domingo de Resurrección. El secreto de todas las victorias sobre el dolor y sobre la muerte está en el Amor, pues “el amor es más fuerte que la muerte” (Cant 8, 6), el amor nunca puede morir, el amor es VIDA, la VIDA, Jesús proclamará de sí mismo, “yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25).

En este momento quisiera dirigirme más directamente a los cofrades de las ocho Cofradías que conforman la Semana Santa de Monzón. ¿Ocho? ¡Qué torpe! Esta pregonera ya se ha equivocado, pensaréis muchos de vosotros; somos siete Cofradías…Dejadme que al final de este Pregón diga unas palabras sobre la Cofradía número ocho que veo real pero quizás un poco desdibujada o no suficiente delineada respecto a las restantes siete Cofradías, estoy segura que todos vosotros vais también saber descubrirla.

Cómo me gustaría, que la reiterada insistencia, desde el principio,  de que Jesús vive, atravesara en su totalidad el contenido de este Pregón, y pudiéramos percibir la invitación de Jesús a que vivamos, celebremos, procesionemos estos días santos con el deseo de conocerle más y mejor. Él desea preparar y vivir esta Pascua con nosotros, con cada uno de vosotros. Quiere que escuchéis el eco de lo que dijo a sus discípulos: “he deseado enormemente celebrar esta pascua con vosotros” (Lc 22, 15).

Queridos cofrades, escuchad este deseo del corazón de Jesús que vive al igual que aquella primera Semana Santa de la historia.

Os pedirá, que a lo largo de estos días santos que estamos inaugurando, le dejéis estar en medio de vosotros como lo estuvo con sus discípulos; os pedirá con corazón de amigo que veléis con Él, que le acompañéis en su padecer y morir para resucitar con Él a una vida nueva, la vida de Él en vosotros, la vida nueva de Dios, la vida siempre nueva del Amor.

El Dios fuente de vida y de amor, que es todo corazón, necesita amigos, vivir y expresar, manifestar la amistad, Dios necesita de nosotros y hasta de nuestro tiempo…Aprovechad el tiempo de estos días que Él mismo os regala, demos felicidad a Dios, acompañad a Jesús durante esos tiempos en que combinando el silencio y el clamor de vuestros tambores, procesionaréis, uno a uno, los profundos momentos y misterios que representan vuestras imágenes, de su pasión, muerte y resurrección. Pensad que sobre vuestros hombros no portáis imágenes muertas, sino imágenes del Resucitado entregándonos la vida verdadera.

  1. Cofradía de la Oración de Huerto.

La imagen que procesionáis representa el misterio con que se inaugura la pasión del Señor, la hora de ser entregado en manos de los enemigos, la hora del poder de las tinieblas. Su amor es traicionado por sus discípulos, por las autoridades religiosas y políticas, Él por el contrario responde con un amor obediente y fiel al Padre hasta la muerte y muerte de Cruz. No se trata de una derrota sino de una entrega libre para revelarnos el amor del Padre.

  1. Cofradía del Ecce Homo.

La imagen que procesionáis representa un momento de revelación: «he ahí al hombre» (Ecce Homo), dirá Pilato. Jesús vino para ser testigo de la verdad. Pero ¿qué es la Verdad? había preguntado escéptico el Procurador romano; la respuesta la dará él mismo cuando presenta al Jesús magullado, sin hermosura, burlado y escarnecido, y dice: «Ahí tenéis al hombre», al verdadero ser humano: La persona será verdadera cuando entrega su vida por amor y responde al mal con el perdón, al odio con amor; este el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, que no tiene amor, sino que es Amor.

  1. Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

La imagen que procesionáis representa a Jesús cargado con la Cruz, camino del Calvario. Jesús con la Cruz acuestas cae y se levanta, se deja ayudar por Simón de Cirene y se deja compadecer por las mujeres en el camino de la agonía. Ejemplo de un amor humilde, ni poderoso ni heroico, amor desarmado, que carga con el desamor de todos ofreciendo amor a todos los que encuentra por el camino.

Mi más enhorabuena por tratarse esta Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de una Real Cofradía desde hace unas semanas, coincidiendo con las celebraciones de su 75 aniversario.

  1. Cofradía de la Sangre de Cristo y la Buena Muerte.

La sangre es la sede de la vida según la concepción bíblica. La imagen que procesionáis es la entrega de la vida de Jesús y el ejemplo de la buena muerte en la que se pasa a las manos del Padre perdonando y amando a todos. Quién participa en la buena muerte de Jesús no se lleva de esta vida más que Amor.

He de recordar que es la Cofradía más directamente unida a nuestro monasterio y comunidad: hasta el 1936 y después del 1939 hasta entrados los años 60, la imagen que procesionaban se encontraba guardada en la iglesia de nuestro Monasterio.

  1. Cofradía nuestra Señora de la Piedad.

La imagen que procesionáis representa un entrañable momento después de la muerte de Jesús. Según San Juan, María permaneció firme al pie de la cruz. Luego la Tradición puso a Jesús muerto en la cruz en el regazo de la Virgen, como un eco del amor maternal de Belén. En silencio nos dice: «mirad si hay dolor semejante a mi dolor» (Lam 1, 12). Mostrando a Jesús, fruto bendito de su vientre, a la piedad de los fieles, nos invita a participar en su piedad y dolor.

  1. Cofradía del Santo Sepulcro.

La imagen que procesionáis es el paso de Jesús de los brazos de su Madre a los brazos de la madre tierra, donde el trigo germina y da fruto. Por ello el sepulcro es anticipo de vida nueva y resurrección, pues «si el grano de trigo no cae en tierra y muere no dará fruto, pero si muere dará mucho fruto» (Jn 12, 14). Por ello, el sepulcro es esperanza de resurrección.

  1. Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores.

La imagen que procesionáis nos presenta a la Corredentora, la Virgen de los Dolores que con su sufrimiento se asocia a toda la obra redentora, salvadora, de Jesús. Amor de Madre en Belén, en Nazaret y al pie de la Cruz…la Virgen fiel siempre unida a su Hijo; Madre por voluntad de su Hijo, nos acoge, nos ama y nos trata como a hijos con verdadero amor maternal y fiel.

  1. ¿Cofradía de Jesús resucitado y de la Virgen de la Alegría?

Cofradía que incluye y reúne a todos los cofrades de las anteriores Cofradías más a todos los montisonenses que la veneramos a María como la primera y la que más profundamente se alegró de la resurrección de su Hijo, el Crucificado. La realidad que esta Cofradía debe representar, la vive esta ciudad de Monzón con una intensidad excepcional, forma parte de nuestra identidad de cristianos montisonenses.

La alegría de la Resurrección, que esta ciudad de Monzón podrá expresar este año de manera visible, se hará palpable en el encuentro que viviremos el Domingo de Resurrección, y que celebraremos en esa Eucaristía solemne y desbordante de luz en la mañana del Domingo de Pascua y que extenderemos a las emotivas celebraciones del Lunes de Pascua en la ermita de la Alegría.

Me queda, de mi parte y de todas mis hermanas de comunidad, expresaros nuestra gratitud a todos los cofrades, uno a uno, que hacéis posible que la celebración de esta historia de amor se manifieste recorriendo nuestras calles como llenándolas de la fragancia de esta maravillosa obra de la Redención. Durante los 400 años de nuestra presencia en Monzón, año tras año, nosotras, hermanas pobres de Santa Clara, hemos intentado e intentamos vivir la Semana Santa unidas a este Dios que se nos entrega, nos redime y nos salva, al que vosotros procesionáis y veneráis, al mismo que nosotras queremos acompañar desde el silencio y la oración.

Ello nos obliga a daros las gracias, gracias por llevar a este Jesús y todo su misterio hasta lo más entrañable de nuestra ciudad de Monzón, gracias por hacer pública y evangelizadora vuestra fe cristiana.

San Gregorio Magno dice en uno de sus escritos: “para que el misterio de la pasión del Señor no nos resulte inútil, hemos de imitar lo que recibimos y predicar a los demás lo que veneramos”. Nosotras, las hermanas de Santa Clara, rezaremos para que vuestro procesionar en esta Semana Santa sea una verdadera predicación y evangelización, para vosotros mismos y para todas las gentes de nuestra ciudad de Monzón. Sin olvidar, igualmente, que para imitar lo que recibimos, como dice San Gregorio Magno, sería necesario no desconocer, que las Cofradías en su verdadera identidad han estado siempre ligadas a través de su andadura a unas acciones caritativas-sociales concretas para que la Iglesia llegue a los lugares que nadie llega, y se cuide de aquellas personas que nadie se cuida: “muéstrame tu fe sin obras —dice la carta de Santiago— y yo por mis obras te mostraré mi fe” (Sant 2, 18).

Como colofón final de este Pregón, no quiero dejar de nombraros, anunciaros y pregonaros que en esta Semana Santa 2019 nos encontramos en un Año Jubilar Diocesano y que hace unos días fue comunicado que nuestro Obispo ha hecho extensiva la posibilidad de obtener la Indulgencia Plenaria del Año Jubilar siguiendo los requisitos que en la Bula de la Promulgación se indican, y asistiendo a las celebraciones y Oficios de estos días santos en cualquiera de las Parroquias de nuestra Diócesis, con lo cual desde la conclusión de este Pregón os animo a que participéis de las mismas para poder hacernos con tan especial gracia.

Y nada más, desearos a todos y cada uno de vosotros, queridos montisonenses, desde este Monasterio de Santa Clara de Monzón, unos felices y santos días de la Pascua del Señor 2019. Paz y Bien en el Señor.

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