Qué hermosa lección de sensibilidad humana la que nos dio el Papa emérito Benedicto XVI el 20 de agosto de 2011, antes de la vigilia de oración en la JMJ de Madrid, cuando visitó la Fundación del Instituto San José, regida por los hermanos de san Juan de Dios donde atienden a personas con discapacidad intelectual y física!
Las palabras del Papa resuenan hoy con mayor crudeza al vernos sumidos en esta pandemia que tanta incertidumbre está generando en unos y otros. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad enferma, cruel e inhumana. La dignidad de cada vida humana la da el ser imagen de Dios. Ninguna aflicción es capaz de borrar esta impronta divina [ser imagen de Dios] grabada en lo más profundo de cada ser humano.
Desde que el Hijo de Dios, abajándose, haciéndose uno de nosotros, quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece. Esta especial predilección por el que sufre nos lleva a mirar al otro con ojos limpios, para darle, además de las cosas externas que necesita, la mirada de amor que anhela. Pero esto únicamente es posible realizarlo como fruto de un encuentro íntimo y personal con el Señor.
De esto nos estamos alertando unos y otros, no sólo los enfermos y sus familias sino también los profesionales de la salud, los capellanes y voluntarios, los miembros de la hospitalidad de Lourdes y cuantos ejercen socialmente cualquier trabajo con vocación de servicio en nuestra Diócesis.
Su entrega y dedicación es un «GRITO» al mundo de la grandeza a la que está llamado todo ser humano. Compadecerse y acompañar por amor a quien sufre, como lo ha hecho Dios mismo, suscita en nuestros corazones, frecuentemente endurecidos, una ternura que nos abre a la salvación. Ciertamente, la vida de los enfermos y/o ancianos cambia el corazón de las personas.
Nuestra sociedad necesita de hombres y mujeres con «entrañas» maternas que visibilicen que lo que hacen por un hermano lo están haciendo por Cristo y como Cristo. Ni el trabajo, ni el prestigio profesional, ni el poder o la relevancia social que cada uno pueda alcanzar le plenificará tanto como el saberse amado, llamado y enviado para ser «caricia de Dios» en el mundo.
Con mi afecto y bendición.
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón