Con emoción contenida escribo el mismo día de san José, día del Seminario, estas letras como gratitud a los veintiocho sacerdotes, desde Mn. Jesús García hasta Stanislaw Sekowski, incluidos nuestros dos obispos, don Damián y don Alfonso, a los que me ha tocado cerrarles los ojos durante estos siete años de servicio pastoral entre vosotros.
Sus nombres, sus vidas y su ministerio pastoral han quedado inmortalizados en nuestro corazón y en el folleto que vamos a divulgar para que intercedan ante el Padre y fecunde de nuevas vocaciones sacerdotales nuestra Diócesis martirial.
¡Habrá algo más hermoso y más fecundo que gastar tu propia vida por hacer felices, fecundos y libres a los hijos del Alto Aragón! Nuestros sacerdotes mártires así lo atestiguaron. Y, en caso, a medida que van pasando los años, 42 ya desde aquel 19 de marzo de 1980, uno va descubriendo que ni el trabajo ni el prestigio profesional ni el poder o la relevancia social que puedas alcanzar… te llenan tanto como saberte amado, llamado y enviado por Aquel que llena de sentido tu vida y tu servicio eclesial. Ser sacerdote es una bendición no sólo para la Iglesia sino para toda la humanidad. Casi me atrevería a decir, aunque pueda parecer desproporcionado, que ser sacerdote hoy es un bien ecológico. Es un modo sublime de hacer visible el Reino de Dios; una manera hermosa de encarnar los ideales que tiene hoy cualquier joven; una de las formas posibles de hacer la voluntad de Dios, de ser feliz, de sentirse plenamente realizado, libre y fecundo en la vida….
La vida de estos veintiocho hermanos ha sido un signo clarividente de la gratuidad de Dios en sus vidas, un signo clarividente de que es posible crear un mundo alternativo, fermento de la nueva humanidad que Dios sueña.
Ellos, como nosotros hoy, fueron escogidos (no por ser los mejores), llamados (sin mérito alguno) y enviados (por pura gracia de Dios) para colaborar con el Señor y ser:
- Contestatarios silenciosos de una sociedad consumista e insolidaria con los que carecen de todo… Ellos supieron distinguir lo necesario de lo supérfluo.
- Promotores de relaciones gratuitas. Cuando hoy todo se mide contractualmente, buscando el provecho propio, incluso con engaño. Ellos trataron de poner su vida al servicio de los demás sirviendo sin pedir nada a cambio, estando disponibles para aquel que lo buscase o necesitase, inyectando en la sociedad un suplemento de alma, de humanidad, siendo los hombres de confianza de muchos.
- Impulsores de solidaridad y unidad. Ante una sociedad dividida y enfrentada, intolerante e intransigente, que confunde al diferente con el enemigo… estos hombres, en su tiempo, supieron ser hermanos de todos, respetando las diferencias, propiciando la comunión y la solidaridad, siendo signo de unidad en la diversidad. (…)
Con mi afecto y bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón