La fiesta de San José no sólo me evoca la fecha de mi ordenación sacerdotal sino también el día del Seminario. Permitidme que alce mi voz agradecida por la vida y el ministerio pastoral tan fecundo de cada uno de los sacerdotes que trabajan en nuestra Diócesis; que encomiende a don Joaquín Subías, recientemente fallecido; y que nos felicitemos por los dos flamantes sacerdotes ordenados, John Mario Moná y Óscar Vives. Pero, al mismo tiempo, que comparta mi profunda convicción de que si los sacerdotes no surgen de nuestras familias, de nuestros pueblos, de nuestra tierra… «siempre estaremos en el aire», a merced de lo que nos regalen o de lo que nos encontremos. Las cifras hablan por sí mismas. En este curso la Diócesis contaba con 47 sacerdotes diocesanos, uno ya fallecido, 30 con más de 75 años (19 todavía en activo), 2 en tierras de misión. Providencialmente contamos con 29 sacerdotes no diocesanos venidos de otras iglesias o religiosos que tienen cargo pastoral. Son el potencial más joven, sólo 5 sobrepasan los 75 años. Me temo que este regalo tenga fecha de caducidad. Tendríamos que espabilarnos. Además de cuidar a nuestros curas y de preparar un centenar de animadores de la comunidad, tendríamos que proponer a una docena de jóvenes, fascinados por el Señor, que ofrecieran su vida por los demás. Estos jóvenes existen. Tienen rostro y nombre. Animadles.
Me niego a creer que en nuestra Diócesis que ha sufrido y superado profundas crisis, como el riesgo de ser suprimida, la persecución religiosa del 36, la crisis de identidad de los años 70, etc. Dios no vaya a suscitar un puñado de jóvenes que ofrezcan su vida como “cirineos” de tantos crucificados que genera nuestro mundo.
La vida y la misión del sacerdote, aunque algunos quisieran negarles “el pan y la sal”, sigue siendo una forma fascinante de realizarse como persona, de recobrar la armonía, el equilibrio, el respeto, la libertad, la dignidad, el cariño, la reconciliación entre los hombres y Dios… Son un regalo, una gracia siempre inmerecida.
No os canséis de importunarle para que bendiga copiosamente nuestra tierra, regada por la sangre de tantos mártires, con nuevas y santas vocaciones como garantía inequívoca de su promesa de futuro.
Con mi afecto y bendición.
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón