In Cartas de nuestro Obispo

«Cierto día un joven fugitivo, tratando de ocultarse del enemigo, llegó a una pequeña aldea. La gente fue amable con él y le ofreció un lugar donde quedarse. Pero cuando los soldados preguntaron dónde lo habían escondido, todo el mundo sintió miedo. Los soldados amenazaron con quemar la aldea y matar a todos si el joven no aparecía antes del alba. La gente acudió al rabino para preguntarle qué hacer. El rabino se retiró a escrutar la Escritura. De madrugada encontró la respuesta: “es mejor que un hombre muera antes que perezca el pueblo entero”. El rabino cerró la Biblia, llamó a los soldados y les dijo dónde estaba escondido el muchacho.

Cuando los soldados se llevaron al fugitivo para matarlo se celebró una gran fiesta en la aldea porque el rabino les había salvado la vida. El rabino, sin embargo, no participó en la celebración. Una niebla profunda inundó su alma. Aquella noche sintió la voz de un ángel que le preguntaba: “¿Qué has hecho?”. “He entregado al fugitivo” “Pero ¿no te has dado cuenta que al que entregaste fue al Mesías?” —le replicó el ángel— . “Pero, ¿cómo podía saberlo?” —dijo consternado el rabino— Si lo hubieras visitado una vez y le hubieras mirado a los ojos lo habrías reconocido de inmediato.

Este antiguo cuento talmúdico puede ayudarnos a descubrir la dignidad y el auténtico valor de cada ser humano si al mirar a las personas logramos descubrir el verdadero rostro de Dios. Más allá de la justicia, está la misericordia, la ternura de Dios que esponja el alma de cada ser humano la transforma. Tal vez hubiera bastado el hecho de saber que se trataba de un hijo amado de Dios para no haberlo entregado al enemigo. Y tratar de rehabilitarlo humana y espiritualmente. No sólo a los que están privados de libertad sino también a aquellos que se hallan encerrados en sí mismos por no saber qué hacer con su propia vida.

Una sociedad —decía el Papa Francisco en el Instituto Correccional de Filadelfia en septiembre de 2015— que no siente en sus entrañas el dolor de sus hijos está condenada a estar «presa» de sí misma, «presa» del sufrimiento, de la soledad, del egoísmo, de la mentira, de las intrigas, del odio, de la envidia, de la injusticia, de la mezquindad, de la violencia…

La rehabilitación (restauración) —decía el Papa Francisco en el Centro Penitenciario de Ciudad Juárez en febrero de 2016— no comienza dentro (en la cárcel) sino afuera en las calles de nuestra ciudad, creando un sistema de salud social. La rehabilitación comienza restaurando la dignidad de todos nuestros hijos en las familias, en las escuelas, en trabajos dignos.

Mi oración y mi felicitación en el día de la Merced a nuestra Delegada, a cada uno de los capellanes, a todos los voluntarios de la pastoral penitenciaria, al equipo de dirección y funcionarios, a cada uno de los internos de nuestras cárceles de Zuera, Daroca y Teruel Gracias por acordarte, por rezar y hacer visible durante esta semana de la Merced a todos los que la sociedad ignora u oculta.

Con mi afecto y bendición,

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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