En Cartas de nuestro Obispo

Los cristianos, como hemos indicado anteriormente, no son ciudadanos que se tienen que recluir en las sacristías, sino verdaderos «apóstoles de calle», como dice el Papa Francisco, que propagan la «revolución de la ternura» en el corazón de cada persona. Que se saben amados y enviados por Dios mismo para que ninguno de sus hijos «se pierda». Que experimentan su cercanía y su ternura, que están dispuesto a acogernos y cargar con nuestras heridas, curarlas y ayudarnos a que cicatricen, a ponerse en nuestro lugar, especialmente en los momentos más difíciles.

Ser «apóstol de calle» conlleva ser «sal y luz», es decir, dar sabor a la vida, iluminar, dar calor y color a cada cosa, «quemando», por otra parte, lo que nos impide ser nosotros mismos. Jesús, nos invita a colaborar con Él, mostrándonos que sólo dándose uno gratuitamente llega a descubrir el secreto mejor guardado de la humanidad, que sólo Él llena realmente la vida de toda persona y es el garante de la verdadera felicidad. No hay que hacer nada especial. Simplemente ser coherente, esto es, ser tú mismo. Siempre. Y desvelar el Dios que uno lleva dentro.

Ser «apóstol de calle» implica ser valientes, es decir, ser claros y coherentes. Sin dudas ni ambigüedades. No estoy diciendo que esto sea lo corriente ni lo más fácil pero te aseguro que resulta fascinante porque implica el riesgo de vivir a la intemperie, sin cobijo ni protección frente a los obstáculos de nuestro mundo y nuestra sociedad. Aunque en ello nos vaya la vida. Tener que vencer el miedo al qué dirán, la vergüenza de ser cristiano (amigo íntimo de Jesús), a que te señalen o te ninguneen… pero, a cambio, experimentarás un «subidón» en tu autoestima al descubrir que, pase lo que pase, sólo el Señor es quien respeta y garantiza tu propia y verdadera dignidad y
libertad.

Con mi afecto y mi bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón

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