En Cartas de nuestro Obispo, General, Notas de Prensa, Obispo de Barbastro-Monzón

Sigo esta semana reflexionando acerca de esa riqueza que suponen los consagrados y consagradas. La vida religiosa apostólica nace en la Iglesia por impulso del Espíritu y desde la seducción de Dios como Absoluto, movida por un deseo de presencia y servicio a los hombres en las situaciones de miseria provocadas por las diversas calamidades acontecidas en las diferentes etapas de la historia. Su forma de vida, cuyos rasgos permanecen todavía en algunos Institutos, se hallaba muy bien identificada hasta los albores del Concilio Vaticano II.
Rasgos que definían las comunidades religiosas:

  • número elevado de miembros,
  • que vivían juntos en un edificio de grandes dimensiones (el convento),
  • con espacios comunes amplios (capilla, comedor, patios),
  • con una vida regulada por normas abundantes, fijas y claras;
  • el modo de vestir es igual (el hábito), ocultando los rasgos personales;
  • había una separación del mundo exterior (clausura o semiclausura);
  • la oración comunitaria era abundante, frecuente, numerosa, con predominio de lo devocional, y era la que marcaba la distribución del tiempo.
  • La finalidad apostólica llevó a convertir la vivienda en lugar de trabajo o en taller. La casa-convento fue a la vez un colegio, un hospital, un asilo, una residencia.
  • La comunidad es autosuficiente. Todos los miembros de la comunidad trabajan en la misma obra. Los beneficiarios de la acción vienen a la casa religiosa; los religiosos apenas salen de ella para nada; las necesidad es personales se resuelven por lo general dentro de la misma casa.

Esta figura fue herida de muerte por el Concilio. El Concilio promovió unas líneas de renovación que provocaron una serie de reformas y que hicieron surgir una nueva figura:

  • La vivienda se separa del trabajo;
  • la gran comunidad conventual se divide en comunidades más pequeñas;
  • se habilita un ala del gran edificio para hacerlo más acogedor y familiar, o se pasa a vivir a un apartamento o un piso, una vivienda de vecindad en un barrio o en un pueblo. Así se hacen más cercanas y presentes en el contexto social.
  • Las personas aparecen ya diferenciadas en sus propios rasgos personales, de ordinario sin hábito, con una normativa más fluida, menos rígida, con unas estructuras menos «regulares».

Estas comunidades presentan, una doble fisonomía:

  • «comunidades de autorrealización»
  • «comunidades de misión».

 

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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